La revolución digital ha transformado nuestros vidas. En lo que hace referencia a la fotografía, nos hemos convertido en esclavos del megapíxel. La inmediatez se ha impuesto en prácticamente todo lo que hacemos. La fotografía analógica ha quedado relegada a un segundo plano. Muchos todavía recordamos el compromiso que suponía hacer una fotografía. Esperar el momento adecuado para disparar y tener muy claro de antemano qué queríamos fotografiar exactamente. Y después, la sensación de llevar al carrete a revelar, sin saber qué encontraríamos cuando lo fuéramos a recoger.
La magia de todo el proceso estaba en no saber qué nos encontraríamos.
Fotos movidas, mal encuadradas, qué más daba si de un carrete de 24 había sólo 3 que habían quedado bien? La magia de todo el proceso estaba en no saber qué nos encontraríamos. En el resultado final. Pero la fotografía analógica -que en realidad es pura química- sigue viva para mucha gente, no necesariamente nostálgicos, a quienes les encanta la imperfección.
Apostando por la fotografía analógica queremos compartir esta realidad imperfecto, sin filtres.
A nuestra manera queremos reivindicar la autenticidad y los emociones que son capaces de captar los cámaras analógicas. Muchas veces nos convertimos en esclavos de la fotografía y nos olvidamos del más importante, de disfrutar del momento. De la felicidad, el amor y la compañía de quien nos estimamos. Apostando por la fotografía analógica queremos compartir esta realidad imperfecto, sin filtres. Porque, al fin y al cabo, la fotografía más importante es la que captes con tus ojos.