Tengo una casa en el Empordà.
No sé si decirte que está en el Empordà o que, ella misma, es el el Empordà: Y es que en cada ventana de la casa se dibuja un cuadro de esta comarca que ha inspirado tantos y tantos artistas. Una mezcla preciosa de luz y paisaje. Se entra por un tímido cruce desde la carretera de Pontós. Una curva te adentra por un camino bordeado de campos donde se cultiva trigo, girasol, colza… A medida que vas avanzando, te aíslas del resto del mundo. Te dejas invadir por una cierta serenidad. Oh! Hemos llegado al columpio! Colgado de una encina centenaria, nos hace ilusión ver como tanta gente se lo hace suyo. Transeúntes de todo tipo. A pie o a caballo. Los que hacen siesta. Los que hacen gimnasia. Cazadores que almuerzan y niños que hacen la merienda con los abuelos. ¿Qué tiene este árbol que todo el mundo se para? Realizas una respiración profunda y empiezas la última pequeña ascensión por un camino de piedras, hasta llegar. Entreves los olivos y el gato, Montoro, viene a saludarte. “Por fin en casa”.
Cada vez que entro en la masía reformada pienso el mismo: cuesta creer que en 1400 ya estaba aquí. ¿Cómo debía de ser entonces? Lo desconozco. El que noto es que siempre ha habido mucho calor y sentimiento en esta casa. A pesar de que no sabría explicar muy bien por qué. Tengo una casa en el Empordà y es tu casa.
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